jueves, 3 de diciembre de 2009

Es lo que no es

La casa es chica pero el corazón es grande.

La ciudad es grande, pero el corazón es chico”

Chiste de Rep publicado en el diario Página 12


Ciudades como La Plata, o Brasilia han sido creadas desde cero con un plano que mantenía la calle, plazas, lugares de residencia, avenidas, etc. Así, lograron diseños eficientes pero carentes del desarrollo espontáneo de los agrupamientos humanos. Clarice Lispector lo dice en su libro La Legión Extranjera a Brasilia como una ciudad artificial (Lispector: 1971).

Si bien la ciudad de Buenos Aires nació, como la mayoría de las capitales de las colonias, con la forma del damero (Rama: 1984) a fin de satisfacer las necesidades de dominio de la metrópolis española. Las sucesivas migraciones tanto desde el campo como desde otros países, fueron produciendo mutaciones palpables no solo en su mapa actual sino también en sus ciudadanos. Es así como en los finales del siglo XIX y principios del XX, la población rural cambió su hábitat por otro, que le ofrecía comodidades e incomodidades. De no tener vecinos, se paso a vivir en el hacinamiento de una pieza de conventillo, de consumir alimentos naturales producidos por sus propias manos, la alimentación empieza a consistir en platos carentes de nutrientes y muchas veces con nuevos ingredientes producto del mestizaje cultural.

En las últimas décadas de los siglos que pasaron, el avance tecnológico en relación con la información dio como resultado una especie de reestructuración de la vida humana, lo cual se hizo tangible en la ciudad. Las distancias se achicaron gracias a que los medios de transporte se volvieron mas rápidos, se agigantaron las construcciones en detrimento de los espacios de uso común, la posibilidad de comunicarse con otras personas que se encuentran a distancias imaginables, ocasionando una relación “virtual” con otras personas. Al abolirse todo lo perceptivo de cercanía de lo que, inevitablemente y efectivamente está cerca, entonces lo único cercano se transforma así en lo lejano. El mundo se ha vuelto tan estrecho que la capacidad de sorpresa y la posibilidad del descubrimiento se vuelve nula, desencadenado una sensación de pérdida.

Es así que a lo largo del mundo y a través de los años, las ciudades y los cuerpos fueron evolucionando unos junto al otro. Pero esa evolución no se termina, y sigue hoy en día: el cuerpo humano ha ido mutando en relación a su lugar de hábitat. Si la vida se desarrolla en el campo, el cuerpo adopta las características del duro trabajo rural: cayos en la mano por el uso de herramientas, arrugas como surcos en la piel que evidencian el largo trabajo bajo el sol, cuerpos inclinados por los requerimientos necesarios que este trabajo implica y hábitos alimenticios más cercanos a la naturaleza. Pero, en el éxodo habitual por el orden capitalista que llevó a buscar nuevas oportunidades y pasar de trabajar en lo denominado “campo” (desde la antinomia planteada por Domingo F. Sarmiento en su libro Facundo. Civilización y Barbarie) a otro lugar, y eso era la ciudad. La gran ciudad. Y es así como ésta empezó a sobrepasar su capacidad de albergar personas, cada una de ella dueñas de necesidades e ilusiones diferentes, la mayoría de las cuales jamás pudieron cumplirse.

En los cambios y transformaciones que la ciudad va experimentando, el cuerpo humano como eje urbanizador se va desdibujando. Las ciudades empezaron a responder a sus propias necesidades, sometiendo al cuerpo humano a sus transformaciones. Como consecuencia, parecería que la premisa reinante de la ciudad, que era la de albergar a las personas, se transformó de manera tal que hoy por hoy es el cuerpo humano quien tiene que adaptarse a ella.

El hecho de ser por momentos una sociedad individualista se contrapone al carácter social del animal humano y como resultado muchos cuerpos prefieren las conglomeraciones en vez de transitar por la soledad. Lugares como grandes estadios, boliches o fiestas en lugares cuya su capacidad es desbordada, son convocantes de cuerpos. Los cuerpos deseosos se interconectan los unos con los otros, sabiendo de por sí, que se someten a todo tipos de incomodidades. Así, un simple viaje, en un transporte urbano, mayormente en hora pico, demuestra los problemas a los que el cuerpo debe someterse: dolores físicos, olores, calores. Todo está a merced del cuerpo, esté parece inmune, y se sigue agrupando con otros cuerpos. Estos grandes “amontonamientos”, tienen y producen otro tipo de contacto. El cuerpo acepta el contacto con otro cuerpo, dónde la ciudad actúa como dinamizador. Una mirada o un simple gesto pueden resultar encuentros fortuitos que pueden desencadenar todo tipo de relaciones.

La ciudad necesita de cuerpos para ser habitada, de almas que se agrupen, para ser llamada ciudad, y no pueblo. Busca ser habitada, acoger, pero al mismo tiempo rechaza. Muestra y oculta su verdadera función. Es selectiva, distribuyendo a los cuerpos según su clase social. Al norte los ricos y al sur los pobres, y en el medio aquellos que pueden subir o caer de un lado o del otro. La ciudad tiene una estructura tal que hace que sus componentes al mismo tiempo que le facilitan la vida a algunos habitantes, se la complican a otros. Las autopistas, obras faraónicas, facilitadoras del tránsito urbano, pueden ser también un gran escollo para quienes tienen que convivir día a día con su presencia en el barrio. Como si la condición necesaria de la ciudad fuera la mezcla: por un lado los cuerpos se colocan uno tras uno, agrupándose, mostrando la igualdad entre uno y otro; por otro lado, divide según pobres y ricos. Lugares de recreación, culinarios, donde las culturas se montan una sobre la otra, mostrando su diversidad, su conexión entre cuerpos iguales, parecidos o distintos, pero a la vez excluye y oculta aquello que es producido por ella misma y no encuadra en sus estándares. La ciudad parece ser un gran cuerpo, más humano que los humanos, al que a veces un doble discurso confunde, como si la síntesis hegeliana no fuera a producirse nunca. Rica pero pobre, alta pero baja, segura pero llena de peligros, cosmopolita pero xenófoba, gran gourmet pero muerta de hambre, la ciudad es lo que no es.